El
domingo pasado salimos en familia a hacer algunas compras. En la plaza, Eduardo
pidió ese helado de yogurt que tanto le gusta y luego, dar un paseo en el
trenecito; sí, ese que cobra veinte pesos por persona y te lleva a dar una
pequeña vuelta por todo el centro comercial. Como no pensaría si quiera en que
mi hijo se subiera solo, me subí con él en el vagón del frente y mientras el
tren avanzaba íbamos riendo e inventando historias.
Luego,
vimos a papá afuera de la tienda de discos y él nos fue más o menos siguiendo
hasta la parada del tren. Y ahí es donde comienza esta historia…
Desde muy chiquito le gustaban los paseos en el trenecito! |
Eduardo
ya no es un bebé, es un niño chiquitito pero con una gran libertad. Como otras
veces, comenzó a correr por el pasillo; pero ésta vez sin detenerse. Nos veía tras
de él, se reía y pedía que lo alcanzáramos. Cuando lo sentíamos muy lejos le decíamos “hasta
ahí”, como pidiéndole tregua porque no podíamos mantenerle el paso.
Él paraba un momentito y cuando nos veía ya muy cerca, de nuevo a correr.
Y
toda esta escena me recordó una parte del libro Bésame mucho, de Carlos González. En el apartado “¿Y ahora por qué no camina?” se habla
de una niña que juega en el parque mientras su madre está sentada en un banco.
La niña va de un juego a otro, va y viene; pero a cierta distancia la niña
regresa. ¿Qué
determina esa distancia?
Según Bowlby, la madre es la base segura para la conducta de exploración del niño, que compara con el avance de una patrulla de reconocimiento en territorio enemigo. Mientras se mantengan en contacto con su base y crean posible retirarse en caso de peligro, podrán avanzar con seguridad. Pero si el contacto se pierde, la base es destruida o la retirada está bloqueada, la patrulla se desmoraliza, y dejan de ser valientes exploradores para convertirse en temerosos extraviados.
¡Qué
forma más clara de explicar por qué si mi hijo me pierde de vista (o a su
papito adorado) se siente inseguro! Si a los adultos les pasa, ¿por qué los
pequeños han de reaccionar distinto?
González
afirma que existe un doble sistema de seguridad (y no hace falta
que él lo afirme; lo hace mi experiencia personal). Es decir que la madre y la
niña estarán comunicadas, a través de las palabras, gestos y miradas. Si la
niña siente que no tiene la atención necesaria de la madre, se volverá más
insistente; y viceversa. Al llegar a cierta distancia, la pequeña regresará por
sí sola; a esto se le llama distancia de seguridad. En cambio, si la madre
siente que su hija se ha alejado demasiado procurará que regrese; a esto
también se le llama distancia de seguridad (de
la madre, aclararía yo).
Pero
¿qué pasa si la niña no regresa? La madre acortará la distancia de seguridad de
la niña acercándose a ella; tal vez no llegue a su lado, pero se mantendrá
cerca de su hija. Al acortar esa distancia, la pequeña tendrá un nuevo rango
para alejarse pues aún se siente segura, está nuevamente cerca de su base. En algunos
casos, cuando el margen de seguridad del niño es mayor que el de la madre puede
producirse una persecución un poco cómica. Así, igualita a la escena
del domingo en el centro comercial que les contaba más arriba.
CUANDO SE ALEJA MÁS
PORQUE NOS HEMOS ACERCADO, NO NOS ESTÁ TOMANDO
EL PELO, SINO DEMOSTRÁNDONOS SU CONFIANZA.
4 comentarios:
Que interesante forma de verlo.
Saludos.
Gracias x pasar Pame!
Jo Edna, lo has explicado genial.. Besos.
Carol:
Gracias x pasarte a leer un rato!
Saludos
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